El pequeño santo
Crespo, Entre Ríos, Argentina. Hace algunos años, a pocos kilómetros de dónde nací y crecí, apareció Bruno, un niño de nueve años que manifestaba contactos con Jesús y la Virgen. Rápidamente la gente se acercó a Bruno para curarse o purificar su alma. Todos los días viajaban al campo con la esperanza de encontrar algún milagro, mientras que la madre de Bruno ponía a disposición a su hijo y se encargaba de ordenar las visitas. Cuando aparece algún sanador en mi pueblo es motivo de fiesta.
Voy a buscar a Bruno, el Niño Sanador: le pregunto si lo puedo filmar o sacar fotos, o acompañarlo en su día en la escuela en el campo. Cierra los ojos y me dice que la Virgen le está dando órdenes de no filmarlo hoy, pero quizás más adelante sí. Lo que también le dice la Virgen es que no le gustan las remeras con inscripciones en inglés, ni la música regeaton. Vuelvo más adelante con una remera lisa, pero la Virgen repite lo mismo. Dejo la propina y me voy desterrado. Entonces comienza la ficción preguntándome acerca del destino de los elegidos como Bruno ¿Pudo él elegir su rol en el pueblo? ¿O fue señalado por algo o alguien para cumplir un mandato?
Mi pueblo
En mi primera película, GERMANIA transité la relación de la naturaleza y el hombre. Exploré cómo el ánimo de las personas que debían buscar una vida diferente repercutía en los animales de la granja. Encuentro una conexión inquebrantable y lo fui comprobando con los años. Ya de chico hablábamos de eso en mi casa cuando mi papá salía con el camión cargado de gallinas: si su ánimo era bueno, se morían menos gallinas en el camino.
La tierra
La relación entre el hombre de trabajo y su entorno ha cambiado abruptamente. Ahora no hay tal pueblo, sólo hombres con sus riquezas producto del boom de la soja. Los pedidos son siempre los mismos: la rentabilidad, la suba del dólar, las retenciones, la fertilidad que se termina y las plagas que devastan. Ya no quedan lugares dónde escapar: máquinas y nubes tóxicas caen sobre los cuerpos de los pocos que resisten a la embestida del monocultivo y la superproducción. La tierra se desangra. En un país sin control en el uso y experimentación de agroquímicos, el campo se ha convertido en la tumba de la naturaleza, en el lugar más peligroso para habitar.
Las pequeñas granjas y trabajos manuales van desapareciendo, donde antes se necesitaban diez hombres, ahora sólo uno. Los campesinos son menos, pero mucho más ricos, con sus camionetas modernas que parecen naves espaciales. Pero ¿qué pasó con los hijos de peones de campo, la gente humilde que se quedó sin trabajo después de la revolución de la soja? ¿Cómo se reinsertan en el sistema social y económico? En momentos de cambios de producción, aparecen nuevos paradigmas con nuevas creencias y nuevos jugadores sociales. Vemos como campesinos ricos antes necesitaban mano de obra barata. ¿Ahora necesitan a los hijos de esos peones, como Bruno, para que intercedan con la naturaleza? ¿Cómo es esa nueva relación entre el hombre, Dios y la nueva producción agropecuaria? ¿Hacia dónde van esas familias?
El paisaje y la película
Así empezó La Helada Negra: como una película sobre la naturaleza, la fe y las pequeñas miserias que rodean cualquier objeto de culto pasajero en mi pueblo, pueblo que presenté en Germania inspirado en las postales: cada plano debía ser un cuadro para ser recortado para ser entregado como recordatorio del lugar. Pero para filmar la creación de lo sagrado en La Helada Negra debemos sumergirnos dentro de esas postales sin perder la vida que habita en ellas. Por eso elegimos tonos púrpuras y brillantes. Nos imaginamos un espacio iluminado por la esperanza que trae la joven, primero a la granja y después al pueblo, donde sucede el último y más íntimo de los milagros: el baile. El púrpura es un color relacionado con la magia y el misterio y es utilizado sobre todo en las luces bajas del film. También buscamos una imagen porosa y de diferentes capas. Para generar dichas texturas usamos telas y plásticos avejentados y también fotografías analógicas que fueron sacadas en las locaciones por la fotógrafa experimental Vera Somlo.
Imagen y sonido
Con respecto a la cámara trabajamos con una puesta en escena con mucha profundidad de campo, para que la vida de la granja esté siempre en distintos relieves. Para potenciar esta idea armamos la banda de sonido en off de cada escena para dar una sensación de flujo continuo de incomodidad en la joven.
Por otra parte animales de la granja fueron grabados y luego trabajados con sintetizadores para generar enrarecimiento y distintas modulaciones, sobre todo en los paneos o movimientos de cámara.
Influencias y no actores
Mi primera influencia son las películas de Robert Bresson. El minimalismo y la precisión en la puesta de escena y el trabajo con los no actores. Hay mucha humanidad en cada uno de ellos. Mi trabajo con no actores comenzó en mis cortometrajes y también en Germania. En el caso de La Helada Negra nos pareció que la mejor forma de “construir” ese contraste, entre la joven que arriba y los habitantes de ese espacio, era optar por una actriz profesional. La energía que se generaba alrededor de Ailín Salas, actriz de la película, era muy parecida al misterio que el personaje despertaba en los hermanos Lell y en Lucas. Ese fue nuestro punto de partida. Además Ailín se instaló en la locación donde se filmaría la película y se puso a disposición para los trabajos de la granja: en silencio ordeñaba vacas o alimentaba cerdos bajo la mirada sospechada de los habitantes de la aldea. Con respecto al resto del elenco, con algunos venimos trabajando desde hace muchos años en papeles parecidos: en el caso de Benigno y Lucas el desafío era construir nuevas herramientas para nuevos personajes. Y con aquellos que se sumaron para este proyecto estuvimos más de un año ensayando y encontrando individualmente la manera de dirigirlos sin sacarles esa “magia” que habíamos visto en los casting que hicimos por las aldeas entrerrianas.